Todo comienzo el 2 de diciembre de 1918, cuando la Sociedad de Resistencia Metalúrgicos Unidos declara una huelga en los Talleres Metalúrgicos Vasena, en protesta contra las condiciones de trabajo.
Además de que la familia Vasena y los capataces sometían a un permanente maltrato a los trabajadores, la jornada no bajaba de 11 horas de lunes a sábado, con los hornos de fundición funcionando a pleno. Se trabajaba 313 días al año y se descansaba menos de 52.
El conflicto se profundiza ante la negativa de Alfredo Vasena, uno de los dueños y director–gerente del establecimiento, a recibir el petitorio elaborado por el sindicato y a tratar con la delegación sindical.
En cambio, decide recurrir a rompehuelgas y civiles armados provistos por la Asociación Nacional del Trabajo, para quebrar a los huelguistas, que reciben apoyo político y material de un gran número de organizaciones sindicales, que no sólo llaman a la huelga sino que también colaboran con colectas para sostener la protesta.
A partir de aquí, podría darse cuenta de infinidad de muertos con nombre y apellido. Baste con decir que la suma de acontecimientos da lugar a una espiral de violencia, con peleas entre huelguistas –por un lado- y rompehuelgas y policías por el otro.
Muertes y promesas de venganza
El 31 de diciembre se produce la primera víctima fatal: el pintor anarquista Domingo Castro, baleado por el policía Oscar Ropts al desconocer su orden de “alto”.
Sin embargo, lo que termina desencadenando la masacre es la muerte del cabo Vicente Chávez, herido el 4 de enero en un enfrentamiento armado entre huelguistas y policías.
El 6 de enero, durante su entierro, el teniente de la Guardia de Caballería Augusto Troncoso, promete “vengar” su muerte.
El 7 de enero, en cumplimiento de esa “promesa”, comienza la llamada “Semana Trágica”: a eso de las 15.30 más de cien policías y bomberos, apoyados por rompehuelgas, empiezan a disparar contra casas de madera, huelguistas y vecinos.
El ataque deja 5 muertos, ninguno de ellos empleado de Talleres Vasena, y numerosos heridos.
Ante la brutal represión, los comerciantes de Nueva Pompeya (1) deciden cerrar sus negocios, las fábricas y establecimientos metalúrgicos de la ciudad suspenden sus tareas y decenas de sindicatos de las dos FORA (2) repudian la matanza y se declaran en huelga para concurrir al entierro de los muertos.
Ese mismo día el gobierno toma cartas en el asunto, y logra que Alfredo Vasena acepte aumentar los salarios un 12 por ciento, reducir la jornada a 9 horas de lunes a sábado (54 horas semanales), y readmitir a los obreros en huelga.
Vasena y los dirigentes sindicales se reúnen en la jefatura de policía y llegan a un principio de acuerdo, que debía formalizarse al día siguiente. Pero el acuerdo fracasa porque el sindicato no se conforma con sus términos, y exige –entre otras cosas- un aumento salarial mayor, que se reconozca una jornada laboral de 8 horas, y que las horas extras no sean obligatorias -y en caso de realizarse se paguen con un suplemento del 50 o del 100 por ciento si eran dominicales-.
Ante esto, Vasena no sólo se niega a recibir el petitorio y a negociar cualquier condición que modifique lo acordado con el gobierno, sino que también impide el ingreso de dirigentes sindicales que no fueran empleados de la empresa.
El 9 de enero, el embajador inglés Reginald Tower va a la Casa Rosada a reclamar fuerzas policiales para defender la fábrica, rodeada de obreros y bloqueado por el levantamiento de barricadas en las esquinas. Había temor de que pudiera ser tomada por la muchedumbre que asistiría al entierro de los muertos del 7 de enero.
El gobierno da la orden de disolver la manifestación en el cementerio, a donde logran llegar algunos cientos de manifestantes.
Al tiempo que se pronuncian los discursos, un regimiento de infantería y varios agentes policiales descargan sus fusiles contra familiares y militantes. La represión deja un tendal de muertos y heridos adicionales, mientras los cadáveres quedan insepultos.
Intervención militar y la aparición de terror blanco
Pero la cosa no queda allí: el presidente Yrigoyen nombra comandante militar de Buenos Aires al general Luis J. Dellepiane, hasta entonces al mando de la II División de Ejército apostada en Campo de Mayo, y le encomienda la tarea de militarizar la ciudad, a este punto tomada por la protesta. Dos mil marinos se suman a las fuerzas del Ejército, y dos baterías de ametralladoras son traídas de Campo de Mayo.
Los muertos caen por centenas: entre otras acciones, un destacamento de bomberos ataca el local del sindicato metalúrgico, matando a uno de sus ocupantes y deteniendo al resto.
Cuando las fuerzas militares y policiales comienzan a retomar el control de la ciudad, se desata “el terror blanco”, ejecutado por grupos civiles de jóvenes de clase alta identificados como “patriotas”, que durante los tres días siguientes reprimen y matan a “judíos” y “rusos”, “maximalistas”, “bolcheviques” y “anarquistas”.
“La caza del ruso” arrasa el barrio de Once. El general Dellepiane da órdenes terminantes de contener toda manifestación o reagrupamiento, con excepción de los patrióticos.
Con ese escenario de fondo, Yrigoyen convoca a la FORA del IX Congreso y a Alfredo Vasena para imponer el levantamiento de la huelga a la central sindical y la aceptación del pliego de huelga al presidente de la empresa.
La FORA del IX Congreso dispone dar por terminado el movimiento, recomendando a los huelguistas la vuelta inmediata al trabajo.
Sin embargo el sindicato metalúrgico saca un comunicado diciendo que no había formado parte de las negociaciones, y que nadie les había hecho llegar una copia del supuesto acuerdo con Vasena, razón por la cual anuncia que la huelga en los talleres no sería levantada.
Recién el 13 de enero por la mañana el gobierno envía a un delegado al sindicato metalúrgico para negociar las condiciones de la vuelta al trabajo. Una delegación sindical se dirige a la Casa Rosada, donde se encuentra con Alfredo y Emilio Vasena y el abogado-director de la empresa, el senador radical Leopoldo Melo.
La reunión es mediada por el ministro del Interior Ramón Gómez. La empresa acepta la casi totalidad de los reclamos obreros, y el sindicato levanta la huelga. Los obreros vuelven al trabajo el lunes 20, luego de reparar establecimientos y maquinarias.