Guerra de los Seis Días: hace medio siglo que Israel cambió para siempre Medio Oriente

Pocos conflictos tan cortos han tenido consecuencias tan grandes y duraderas cómo la Guerra de los Seis Días.

Hace medio siglo, entre el 5 y el 10 de junio de 1967, Israel se enfrentó en tres frentes a los ejércitos de Egipto, Siria y Jordania propinándoles una derrota fulminante.

El conflicto, conocido desde entonces como la Guerra de los Seis Días, transformó el tablero geopolítico de la región y muchos de sus efectos aún se sienten.

“No fue un evento cualquiera. Esa guerra transformó Medio Oriente porque tuvo un impacto significativo en la política en el mundo árabe, en Israel, en la implicación de Estados Unidos en esta región del mundo”, explicó a BBC Mundo Kenneth Stein, profesor de Historia de Medio Oriente y Ciencia Política en la Universidad Emory, en Georgia (EE.UU.).

“Sus secuelas todavía pueden sentirse medio siglo después, cuando aún no se conocen del todo sus resultados finales”, según el experto.

La primera consecuencia de la guerra se hizo evidente sobre el terreno.

Israel multiplicó el tamaño del territorio bajo su control al quitarle a Egipto la península del Sinaí y la franja de Gaza; los Altos del Golán a Siria; y Jerusalén Este y Cisjordania a Jordania.

Según Stein, el mapa de Medio Oriente cambió más dramáticamente en junio de 1967 que en cualquier otro momento desde los acuerdos Sykes-Picot de 1916, mediante los cuales Francia y Reino Unido se distribuyeron áreas de influencia en las zonas que pertenecían al Imperio Otomano, cuya derrota en la I Guerra Mundial ya anticipaban.

La rápida victoria tomó por sorpresa incluso a los propios israelíes que pasaron del temor a la euforia.

“Israel no tenía planes de ir a la guerra y obtener territorios árabes. El objetivo era golpear al Ejército de Egipto de manera que ya no fuera una amenaza. Al leer las minutas de las reuniones del gobierno israelí durante la guerra y las semanas que le siguieron se nota la incertidumbre que había acerca de qué hacer con esos territorios”, apuntó Stein.

La amenaza de la aniquilación

La percepción de un conflicto inminente había estado en el ambiente durante varias semanas.

El 14 de mayo, el líder egipcio Gamal Abdel Nasser movilizó miles de soldados hacia la frontera con Israel en el Sinaí y, luego, solicitó el retiro de la zona de las fuerzas de paz de la ONU, presentes allí desde 1957.

El 22 de mayo, Egipto bloqueó el paso de los barcos israelíes a través del Estrecho de Tirán, cerrando el único acceso que tenía el país al mercado asiático y cortando el flujo de petróleo que recibía Israel de su principal proveedor de la época: Irán.

Las decisiones venían acompañadas de duras amenazas.

“Los ejércitos de Egipto, Jordania, Siria y Líbano están en las fronteras de Israel … para enfrentar el desafío, parados detrás de nosotros están los ejércitos de Irak, Argelia, Kuwait, Sudán y toda la nación árabe. Este acto asombrará al mundo. Hoy sabrán que los árabes están dispuestos para la batalla. Ha llegado la hora crítica. Ya hemos llegado a la etapa de la acción seria y no de más declaraciones”, prometió Nasser en un discurso el 30 de mayo.

El líder egipcio había dejado claro que en caso de una confrontación el objetivo era la destrucción de Israel. No era el único.

El entonces ministro de Defensa de Siria, Hafez al Assad, padre del actual mandatario sirio Bashar al Asad, anunció su disposición a comenzar el conflicto. “El Ejército sirio, con el dedo en el gatillo, está unido. Creo que ha llegado el momento de comenzar una batalla de aniquilación”, afirmó.

En su libro “Guerras justas e injustas”, el filósofo estadounidense Michael Walzer contrasta el ánimo que predominaba en Egipto y en Israel durante las semanas previas al conflicto.

“Lo extraordinario del triunfo israelí, una vez que comenzó la lucha, hace difícil recordar la ansiedad de las semanas previas”, escribió.

Según Walzer, mientras Egipto estaba al borde de una fiebre belicista, celebrando las victorias esperadas, el ánimo en Israel mostraba que el país vivía bajo amenaza con rumores continuos que anunciaban futuros desastres, y compras nerviosas que dejaban vacías las tiendas de alimentos, mientras en los cementerios militares se cavaban miles de tumbas.

Pegar primero

En la mañana del 5 de junio de 1967, el gobierno del primer ministro Levi Eshkol lanzó un ataque aéreo sorpresa en el que destruyó 90% de los aviones militares de Egipto sin que estos siquiera tuvieran la oportunidad de despegar. Con una acción similar también dejó fuera de juego a la Fuerza Aérea de Siria.

“Israel estaba siendo estrangulada y necesitaba desatar el nudo que tenía en su cuello”, dijo Stein al explicar la decisión israelí de atacar primero.

Indicó que la doctrina militar de ese país siempre contempló llevar las confrontaciones bélicas al territorio de los adversarios porque una guerra en su territorio causaría una enorme cantidad de víctimas debido a sus reducidas dimensiones y a la alta concentración de su población en un mismo lugar.

Nathan Sachs, director del Centro de Políticas sobre Medio Oriente del Instituto Brookings, con base en Washington D.C. (EE.UU.), señaló que el liderazgo israelí sabía que tenían el poder militar suficiente para ganar a los árabes, pero no podían permitir que la situación de tensión se mantuviera durante demasiado tiempo.

“Israel era más fuerte, pero solo porque todo el país estaba comprometido en el mismo esfuerzo. Requería de enormes recursos para mantener el alto nivel de alerta. Entonces, había límites para lo que podía soportar en esta situación. Todo el país y toda la economía habían sido movilizadas para responder a la amenaza”, explicó Sachs a BBC Mundo.

El declive del panarabismo

Pese a los indicios de que un ataque árabe era inminente, algunos analistas creen que Nasser no tenía la intención de iniciar una guerra sino que se trataba de una bravuconada con la que buscaba apuntalarse como líder del mundo árabe.

“Pese a toda la excitación y el miedo que sus acciones creaban es poco probable que los egipcios tuvieran la intención de iniciar ellos la guerra (…) es casi seguro que Nasser habría considerado una gran victoria si hubiera podido cerrar el Estrecho y mantenido su Ejército en la frontera con Israel sin llegar a la guerra”, escribió Walzer.

En esa situación Israel habría quedado sometido a un bloqueo económico y expuesto a la posibilidad de un ataque militar en cualquier momento.

Pero hubo guerra y Egipto fue derrotado, lo que significó un golpe contundente a Nasser y a la ideología del panarabismo, que promovía la unidad política y cultural del mundo árabe y que había tomado arraigo en los movimientos nacionalistas.

“Nasser era el líder árabe más importante del momento. Era fundador del movimiento de países no alineados y el más prominente de los líderes revolucionarios de izquierda en la región. Era muy carismático, pero la derrota en 1967 afectó dramáticamente su reputación y cambió la balanza de poder en la región”, señaló Sachs.

Para Stein, la Guerra de los Seis Días significó el principio del fin del panarabismo. Los expertos ven en este suceso una de las causas, no la única, del auge posterior que han tenido los movimientos islamistas en el mundo árabe.

La causa palestina

El resultado del conflicto tuvo un impacto directo en la causa palestina que era una bandera común de los estados árabes, unidos en su rechazo a Israel.

Sachs explicó que antes de 1967, la mayor parte de los palestinos vivían bajo la soberanía de Jordania y eran ciudadanos de ese país, pues los demás países no les concedían la ciudadanía. Entonces, un tema central eran los refugiados y sus descendientes, gente que había vivido en lo que ahora era Israel y que se habían marchado durante la guerra de 1948-1949.

“Tras la Guerra de los Seis Días, los países árabes están menos interesados en luchar por los palestinos y más preocupados en recuperar su propio territorio. Las organizaciones palestinas pierden la fe en que otros los salven. Entonces, surge un movimiento palestino independiente con una causa nacionalista que intenta lograr la atención internacional”, aseguró.

Stein señaló que los palestinos recurrieron a sus propios medios violentos para impulsar su causa, lo que derivó en secuestros y ataques contra ciudadanos israelíes e instituciones judías alrededor del mundo como ocurrió con el asesinato de 11 deportistas israelíes que asistían a las Olimpiadas de Múnich de 1972.

La semilla de la paz

Pero, la Guerra de los Seis Días también ayudó al surgimiento de nuevas oportunidades para la paz entre Israel y sus vecinos árabes.

Según los expertos, ese conflicto hizo posible los acuerdos posteriores de paz con Egipto (1979) y Jordania (1994), así como las negociaciones fallidas con Siria y el acuerdo de paz por territorios frustrado con los palestinos (1993-1995).

“Antes de la guerra de 1967, había muy pocas probabilidades de negociación. Principalmente porque los estados árabes esperaban simplemente derrotar a Israel y borrarla del mapa”, dijo Sachs.

El líder egipcio Gamal Abdel Nasser

Explicó que al terminar el conflicto de 1967 la situación era distinta porque Israel tenía un conjunto de piezas para negociar. “Entonces muchos empezaron a pensar de forma pragmática acerca de cómo lidiar con el hecho de que Israel existía”, apuntó.

No habría avances de paz, sin embargo, hasta después del final de la Guerra de Yom Kippur de 1973, cuando Egipto y Siria iniciaron un ataque contra Israel en el día más sagrado del calendario judaico.

Entonces comenzaron las primeras negociaciones de paz.

“Si Nasser no hubiera perdido el Sinaí, Anwar al Sadat (su sucesor) no habría tenido que esforzarse en recuperarlo, algo que hizo pero, para conseguirlo, tuvo que firmar la paz con Israel. Eso cambió la naturaleza del conflicto porque a partir de entonces el estado árabe más poderoso ya no estaba en guerra con Israel”, apuntó Stein.

El experto señaló que la Guerra de los Seis Días marcó el inicio de una mayor implicación estadounidense en la región y destacó el protagonismo de Washington en todas las negociaciones de paz entre Israel y los países árabes.

Indicó que hasta entonces la política exterior de EE.UU. hacia Medio Oriente implicaba ayudar a garantizar la seguridad de Israel, pero su participación en la región no era nada comparable con la desarrollada posteriormente.

De hecho, hasta 1967 el principal proveedor de armamento a Israel era Francia, no Estados Unidos.

“A partir de 1971, EE.UU. comienza a hacer tímidamente de mediador y desde la guerra de 1973 hasta ahora domina las negociaciones árabe israelíes. Eso incluye estar detrás de todos los esfuerzos de paz que se han hecho. Ahora Washington es la referencia cuando se trata del conflicto árabe israelí y eso no era así antes de 1967”, aseguró Stein.

El dilema interno

Cuando al tercer día de la guerra de 1967, el Ejército de Israel logró controlar la ciudad antigua de Jerusalén, el entonces primer ministro Levi Eshkol comentó: “Nos han dado una buena dote, pero viene con una novia que no nos gusta”.

Sus palabras fueron premonitorias.

“En Cisjordania y Jerusalén occidental están los lugares más sagrados para los judíos y esto cambió las dinámicas dentro de Israel. Ayudó al surgimiento del sionismo religioso en oposición al sionismo secular que había predominado hasta entonces. Tras 1967 hay quienes ven en esa victoria una intención divina de devolver esos territorios a Israel. Eso tuvo un efecto dramático en la política israelí que comenzó a centrarse más en los territorios y menos en la economía y otros asuntos”, señaló Sachs.

Stein coincide en señalar que, aunque no era un objetivo de la guerra, luego esa ciudad se convirtió en parte del debate interno.

“Tener Jerusalén ha tenido un tremendo impacto emocional. Dio a los israelíes la sensación de que sus conexiones históricas con la tierra de Israel están ahora bajo su control. Años más tarde, se aprobó una ley que declara esa ciudad como capital eterna del pueblo judío”, apuntó.

Agregó que otro efecto interno fue que, desde entonces, el país se movió ideológicamente desde el centro hacia el centro derecha.

Además de Jerusalén, Israel logró en la Guerra de los Seis Días el dominio de todo el territorio del antiguo mandato británico de Palestina.

“Israel ejerce control sobre áreas donde ahora viven millones de palestinos y dado que no incorporó oficialmente a Gaza y Cisjordania a su territorio se creó un limbo. Es una situación temporal que se ha mantenido por medio siglo”, apuntó Sachs.

Esa ocupación de los territorios palestinos, en los cuales además Israel ha construido asentamientos para sus propios ciudadanos, es la fuente de duras críticas, de acusaciones por violación de derechos humanos y de condenas internacionales, incluyendo numerosas resoluciones de la Asamblea General de la ONU, donde la causa palestina goza de un apoyo mayoritario.

Para Sachs, esta situación crea un enorme dilema. “Si Israel incorpora a Cisjordania a su territorio cambiaría completamente como país y ya no tendría una mayoría judía. La propia idea de crear un estado judío sería anulada. Habría un gran riesgo de guerra civil como ocurrió en Bosnia o en Líbano”, dijo.

En su opinión, la “alternativa sensata” sería la retirada de Israel de Cisjordania para permitir la creación de un estado palestino, pero que en ese caso se enfrentaría a un problema de seguridad.

“Hasta ahora los intentos por lograr un acuerdo de paz con los palestinos han fracasado. Cuando Israel abandonó voluntariamente la Franja de Gaza lo que consiguieron fue más guerra de parte de Hamás”, señaló.

Así, entre seguridad y democracia, Israel se enfrenta a un dilema fundamental que 50 años después de la Guerra de los Seis Días aún no sabe cómo resolver.