“Los árabes se abrazaron al peronismo”

El historiador israelí Raanan Rein analiza en ‘Los muchachos peronistas árabes’ el peso de la inmigración en el movimiento político más influyente de Argentina

En el barrio de Palermo en Buenos Aires hay una mezquita. Sus 20 mil metros cuadrados, tantos como tres campos de fútbol, la convierten en la más grande de América Latina. En septiembre de 2000, el príncipe heredero de Arabia Saudí, Bin Abdulaziz Al Saud, viajó a la capital argentina para su inauguración.

Lo recibió el radical Fernando de la Rúa, entonces presidente, y juntos cortaron la cinta del nuevo templo. El verdadero artífice del proyecto, sin embargo, estaba entre los invitados: el peronista Carlos Menem. El expresidente donó durante su gobierno los terrenos fiscales para la construcción, negoció los detalles del edificio con Riad y movilizó al peronismo detrás de la obra.

18 años después, el historiador israelí Raanan Rein (Guivatayim, 1960), vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv, lo tiene claro. Con la mezquita, Menem cerró el círculo iniciado por Juan Domingo Perón medio siglo antes, cuando sumó a la inmigración árabe al movimiento de masas que lideraba.

Rein, de visita en Buenos Aires, acaba de publicar en coautoría con Ariel Noyjovich Los muchachos peronistas árabes (Sudamericana), libro que siguió a Los muchachos peronistas judíos (Sudamericana, 2015).

Ambos son el resultado de años de trabajo como historiador del peronismo, un objeto de estudio que lo atrapó en los ochenta, cuando se acercó “sin saber absolutamente nada de Argentina”. Rein es hoy un experto en ese objeto de estudio huidizo que es Perón, fuente inagotable de contradicciones.

“Como extranjero, uno tiene la ventaja de analizar este movimiento con su impulso democratizador por un lado y su impulso autoritario por otro. El peronismo incluía elementos socialdemócratas, junto con elementos católicos reaccionarios y de la extrema derecha”, dice Rein a El País.

En este juego de tensiones, el autor describe cómo Perón ideó un nuevo concepto de ciudadanía que abrió las puertas a las comunidades étnicas. “El primer peronismo representa un hito en el camino argentino hacia una sociedad multicultural y multirreligiosa. El mismo Perón empieza su presidencia con las ideas tradicionales de raza, pero tres o cuatro años después, por primera vez en la historia del país, da entidad a las identidades múltiples del argentino”, explica.

El gran cambio fue que el inmigrante no pagó el precio de una integración forzada. “Perón les dice: ‘pueden ser patriotas argentinos y al mismo tiempo mantener lazos afectivos con sus países de origen, su idioma y sus costumbres”, dice Rein. Como contraparte, esas comunidades debían ser peronistas, la vara para medir la verdadera argentinidad. “No importaba el origen étnico, religioso o partidario, todos eran bienvenidos si eran peronistas. El inmigrante tenía así la posibilidad de sentir que formaba parte integral de la nación, sin importar si en casa hablaba en árabe, alemán o hebreo. Pero al que no era peronista se lo consideraba vende patria, traidor a la nación”, advierte el autor.

La imagen que devolvió el Estado peronista al árabe ya no fue la del vendedor ambulante empobrecido, el “mercachifle”, como le decían con desprecio, sino la de un miembro de una comunidad con influencia social. No sorprende entonces que “los árabes se abracen al peronismo”, dice Rein, y lo apoyen con vehemencia desde sus organizaciones. Pronto hubo argentinos-árabes en la política. En 1948, de 200 diputados peronistas, 25 eran de origen árabe. Concentrados sobre todo en el norte del país, se sucedieron los apellidos luego serían verdaderas dinastías provinciales, como los Saadi en Catamarca o los Menem en La Rioja. La presidencia de Carlos Menem en los noventa fue la consumación de ese proceso de inclusión política iniciado por Perón en los cuarenta y cincuenta.

Rein destaca que el proceso alcanzó tanto a los árabes como a los judíos, incluso contra el estereotipo que dice que Perón era antisemita, basado en la acogida que Argentina dio a los nazis derrotados. Rein insiste en relativizar este lugar común. “Hay mucha exageración en la imaginación popular y también de la historiografía. Como en una película de Hollywood, la gente piensa en una conspiración de Perón para atraer a los nazis. ¿Entraron demasiados criminales de guerra a Argentina? Sin duda, pero deben ser analizados desde una perspectiva comparativa. Entraron criminales de guerra nazis a EEUU, a la URSS, a Sudáfrica, a Siria, a Brasil, Chile, Paraguay y Bolivia y, también, Argentina. Ellos eligieron a Sudamérica para estar lo más lejos posible de Europa y entraron con documentos falsos. No los recibieron con una alfombra roja”, dice Rein.

El apoyo de las comunidades a Perón, sin embargo, tambaleó con la caída del líder. Tras el golpe militar de 1955 y el exilio de Perón, las organizaciones árabes y judías le dieron la espalda. Con el mismo fervor con el que proclamaban su apoyo, la prensa étnica se refirió a Perón como el tirano depuesto o el líder demagógico que engañaba a la masa obrera. “Los periódicos árabes dicen algo muy lamentable. Dicen ‘nosotros, como extranjeros, no nos metimos en la política argentina’. Y eso va en contra de sus propios esfuerzos y los del peronismo, que les decía que eran todos argentinos”, destaca Rein.

Fue, en el fondo, una cuestión de supervivencia. La llamada Revolución Libertadora emprendió una política de desperonización forzada que incluso llevó a la cárcel a quien osara nombrar en público al derrocado. El autor explica que esta persecución política abrió una brecha “entre lo que decían las instituciones étnicas y lo que pensaba la gente en la calle. La gente seguía, en su mayoría, apoyando al peronismo. Hubo muchos árabes en la resistencia, hasta el regreso de Perón en 1973”.

Los años, finalmente, terminaron por “normalizar” la presencia de los argentinos-árabes y los judíos en la política. “Hoy, a nadie le importa que Mauricio Macri este casado con una argentina de origen árabe [Juliana Awada], o que Cristina Kirchner tuvo de canciller Héctor Timerman, judío, o de ministro de Salud a Juan Manzur, árabe,” porque, dice Rein, “los problemas pasan ahora más por las conductas que por el origen”.