Destierro y fallecimiento del padre de la soberanía: Juan Manuel de Rosas

Juan Manuel de Rosas nació un 30 de marzo de 1793 y falleció el 14 de marzo de 1877 en Southampton, Reino Unido, donde se exilió luego de ser derrotado en Caseros

Por Dr. Carlos A. De Santis
Presidente del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas de San Martín

La hija de Juan Manuel de Rosas, Manuelita, llegaba a la edad de 35 años y su vida sufría una crisis íntima y profunda: el amor encendía su alma hastiada de honores y adulaciones que no la halagaban. Máximo Terrero, hijo del fraternal amigo de su padre, Juan Nepomuceno Terrero, habíale declarado su pasión varias veces y ella, indiferente al principio comenzaba a ser atraída por el fuego de ese corazón noble. Entonces surge la lucha en su espíritu entre ser mujer y sus deberes de hija.

Rosas celoso, como todo padre de su hija, no consentía que su niña, que era lo único que llenaba su vida afectiva, se alejara de su lado.

Manuelita quería a Máximo, que formaba parte del círculo íntimo y familiar de la Casona de Palermo, propiedad de don Juan Manuel.

En el año 1852, el idilio fue turbado repentinamente por el avance de las legiones de Justo José de Urquiza que avanzaban en dirección a Buenos Aires y Rosas se marchó a Santos Lugares de Rosas (actual sede del museo en San Andrés), para dirigir personalmente a las tropas defensoras.

Máximo Terrero tomó las armas y se incorporó al ejército de la confederación Argentina, para defender la patria amenazada por la traición y el ejército imperial del Brasil, llevando como recuerdo de su novia, un pañuelo de será punzó bordado por ella, que le fue dado al despedirse para ir al combate.

Ese pañuelo está en el Museo Histórico Nacional y tiene prendido con un alfiler, un papel escrito de puño y letra de Manuelita Rosas que dice “Este pañuelo lo llevaba mi Máximo de corbata el 3 de febrero de 1852 en la batalla de Caseros donde fue tomado prisionero. Yo se lo había regalado, él me lo mando al Centauro con Mr. Gore” (El Centauro era una fragata inglesa fondeada en la rada exterior del puerto de Buenos Aires)

El día 3 de febrero de 1852, Manuelita vivió la hora más angustiosa de su existencia. En la batalla librada en los campos de Morón, jugaban su vida y suerte los dos seres que ella quería más en el mundo. La niña libró su destino en plegarias, que imploraban la misericordia de Dios. El tronar de los cañones prolongaba su eco trágicohasta los arrabales de la ciudad.

Caía la tarde cuando Rosas seguido de  su asistente Lorenzo López, envuelto en su poncho, llegaba fugitivo a la ciudad. Acto seguido entró a la Legación Británica. Rosas seguido por Manuelita y su hermano Juan, fueron trasladados a la fragata “Centaur“, nave capitana del almirante Henderson.-Pocos días después fueron trasladados al barco de guerra “Conflict”, que los llevó a Inglaterra.

La tragedia política concluía para Rosas en su faz violenta y comenzaba el drama interior de su alma solitaria.

Mientras su padre todo lo perdía, sus tierras, su casa, su ganado y su poder. Solo llevó consigo, como único capital, pues no viajó con dineros oficiales, ni propios (que los tenía como fruto de su trabajo personal honrado) sino varios baúles con la documentación  (legajos oficiales y papeles públicos) suficiente y necesaria para probar el accionar de su gobierno y dar argumentos al revisionismo histórico para reivindicar su vida y su honor.

Retrato de Manuelita Rosas

En cambio, su hija ganaba el reino anhelado: la realización de su sueño de amor. Máximo Terrero se expatrió voluntariamente para seguir el camino de los prófugos en el destierro y cambiar más tarde en felicidad,  la desgracia de Manuelita.

Los primeros meses del destierro fueron amargos para la niña y su padre.

Luego el matrimonio se instaló en Londres y Rosas en Southampton, donde arrendó una granja, en la que trabajaba para vivir.

Vivió su ostracismo con la más frugal y austera existencia. Casi como un ascético franciscano, se dedicó al trabajo campesino con reminiscencias pampeanas para no olvidar lo patrios lares. Y en la distancia, trasplantó y reprodujo un pedazo de campo argentino, en tierras británicas.

Despojado de sus recursos, confiscadas sus propiedades, padeció con la sobriedad del gaucho sometido a la dura ley del trabajo. Y al fin de sus días escribió dolorido: “El mayor tormento es quedar solo y extranjero en medio de generaciones que los desconocen” (Carlos Ibarguren: Juan Manuel de Rosas, 6º ed. 1933, págs. 364-380)

Rosas lleva con estoicismo, en la soledad y en la pobreza, su frio drama. Mientras tanto en Buenos Aires se confiscan todos sus bienes, e iniciado un proceso criminal, cuya sentencia le condenaba a “la pena ordinaria de muerte…”

Cuando Rosas conoció los detalles de ese proceso en lo que se lo declara “reo de lesa patria”, rompió el silencio que había guardado para el público y formuló una protesta alegando “que ese juicio compete a Dios y la Historia, porque solo Dios y la historia pueden juzgar a los pueblos”.

A pesar de la persecución y castigo que sus contemporáneos infligían a Rosas en el destierro, recibe el cariño de su hija y luego de sus nietos.

Pero la gran alegría se concreta con el testamento del general José de San Martín y la donación de su sable que lo acompañara en toda la campaña Libertadora de Argentina, Chile y Perú.

Para Manuelita la más preciada fiesta era ir de Londres a Southampton, con su marido y sus hijos, a visitar a su ‘tatita’ en ocasión de sus vacaciones, o del cumpleaños de ella o de Rosas, o de la Navidad o de Pascua de resurrección, para acompañarle unos días.

La casa en suelo inglés de Rosas

Era entonces cuando la señora de Terrero volvía a ser la niña de otros tiempos, alegre, chacotona y cabalgaba en un buen caballo que su padre cuidaba especialmente, salía ella al galope, nostálgica de aire campestre y de sol, bebiendo los vientos por la pradera inglesa. Rosas lograba salír de su ostracismo y disfrutaba ver montar a su hija y sus queridos nietos.

La tarde del 12 de marzo de 1877, Manuelita fue llamada con urgencia de Southampton, por un telegrama del médico de su ‘tatita’ (como ella lo llamaba cariñosamente), Dr. Wiblin. Ella salió inmediatamente y pudo llegar a la granja antes de medianoche. Rosas que tenía 83 años había sido atacado de una neumonía. La hija encontró a su anciano padre oprimido terriblemente por la fatiga.

La noche de 13 de marzo, Rosas, a pesar de su extrema gravedad conversaba lucidamente con su hija y bromeaba con su médico, luego ordenó, conforme su carácter, que su “niña se retirara a descansar y que, por turno, le velaran las criadas Mary Ann y Alice. A las 6 de la maña Alice llama a Manuelita diciéndole que su padre estaba muy mal.

Acto seguido Manuelita saltó de la cama y cuando llego lo llenó de besos, tantas veces como lo hacía siempre y al besarle la mano la sintió ya fría, y le preguntó ¿Cómo va tatita? Y recibió como respuesta “no lo sé, niña”. Salió del cuarto pidiendo la presencia del médico y el confesor, cuando regresó al cuarto su tatita había dejado de existir.-

Solo atinó a decir a Máximo, sus últimas palabras y miradas fueron para mí, para su hija.

“Llegará el día en que, desapareciendo las sombras, solo queden las verdades que no dejaran de conocerse, por más que quieran ocultarse”  Juan Manuel de Rosas, en el exilio año 1857

Carta de Don José de San Martín a Juan Manuel de Rosas

Boulogne Sur Mer, 6 de mayo de 1850

“El objeto de ésta carta es tributar a Ud. mis más sinceros agradecimientos al ver la constancia que se empeña en honrar la memoria de éste, su viejo amigo, como acaba de verificar en su importante mensaje del 27 de diciembre  pasado; mensaje que por segunda vez me he hecho leer, y que como argentino me llena de verdadero orgullo al ver la prosperidad , paz interior , el orden y el honor restablecidos en nuestra querida patria, y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles, en pocos Estados se habrán hallado.

Por tantos bienes realizados, yo felicito a Ud. sinceramente, como igual a toda la confederación Argentina.

Que goce Ud. de salud completa, y que al terminar su vida pública, sea colmado del justo reconocimiento de todo argentino, son los votos que hace y hará siempre a favor de Ud. éste, su apasionado amigo y compatriota.

José de San Martín