¿Por qué la música que nos encanta de adolescentes nos sigue gustando toda la vida?

Catherine Loveday
Profesora de Neurociencia Cognitiva en la Universidad de Westminster

Cuando cumplí 40 años decidí que quería que mis amigos me regalaran algo que no se puede comprar con dinero.

Le pedí a cada uno de ellos que escribieran una lista de sus 10 canciones favoritas, junto a una nota de por qué las escogieron.

Como fanática del programa de radio de la BBC Desert Island Discs, cuyos invitados tienen que mencionar ocho discos que llevarían consigo a una isla desierta, sabía que este regalo me daría un conocimiento muy personal sobre estas personas que están entre las más importantes de mi vida.

Este “regalo” sería algo que en el futuro me recordaría profundamente quiénes eran ellos y por qué los había invitado a mi fiesta.

Pero un científico siempre es un científico. No pude evitar darme cuenta de la existencia de un patrón en las canciones que mis amigos escogieron.

Incluso los más eclécticos parecían tender hacia las canciones que escucharon en su adolescencia. Parecía que todos estaban influenciados por un fenómeno psicológico conocido como choque de reminiscencia, que define la tendencia a recordar sucesos ocurridos durante la adolescencia y la temprana adultez.

Reconocemos con mayor rapidez las canciones de esa etapa de nuestras vidas que las que se corresponden con cualquier otro momento y, además, somos más proclives a incluirlas en nuestra lista de temas favoritos.

Este poderoso efecto no se limita solo a la música, sino además a películas, libros e incluso jugadores de fútbol. Y dura toda la vida: las personas de 80 y 90 años de edad siguen teniendo una mejor memoria y una mayor predilección por las cosas que conocieron por primera vez cuando tenían entre 10 y 30 años.

Pero, ¿por qué estos recuerdos son tan poderosos y duraderos?

Recuerdos imborrables

Los sistemas de memoria del cerebro están en su momento más eficiente a finales de la adolescencia y en la temprana juventud.

En esas épocas también experimentamos muchas cosas por primera vez, lo que las hace particularmente memorables.

Sin embargo, la razón clave por la que siempre volvemos a las canciones y anécdotas de este periodo de nuestras vidas se debe a que ellas nos recuerdan quienes somos.

Durante estos años formativos tomamos muchas decisiones fundamentales que marcan nuestras vidas, iniciamos relaciones significativas de larga duración y establecemos las creencias culturales y políticas que forman nuestra identidad.

Cuando a las personas se les pregunta por la música que es importante para ellos, con frecuencia eligen canciones que están asociadas con momentos, lugares y personas importantes, quizá con sus primeras vacaciones lejos de sus padres, un encuentro crucial con su futura pareja o un momento de autodescubrimiento.

Un productor musical que conozco, por ejemplo, escogió la canción “Two Tribes” de Frankie Goes to Hollywood -un grupo de música pop británico de inicios de la década de 1980-, argumentando que se trataba de la razón principal por la que decidió convertirse en ingeniero de sonido.

Los temas musicales que asociamos con bodas, nacimientos y muertes también son muy comunes, al igual que las referencias culturales.

Una explicación posible de este choque de reminiscencia musical es que la gente tiende a escuchar más música durante este periodo de sus vidas.

La música tiene una capacidad intrínseca para regular las emociones: ¿qué mejor forma de gestionar la montaña rusa de emociones de la pubertad que regodearse con Queen, bailar con Michel Jackson o relajarse con Enya?

Están canciones naturalmente quedan incrustadas entre nuestros recuerdos importantes, tanto positivos como negativos.

En nuestros experimentos, la gente con frecuencia escoge canciones que han escuchado durante momentos difíciles y tristes, así como aquellas vinculadas con experiencias mejores.

Estas melodías parecen servir como un recordatorio importante de las luces y sombras emocionales que le dan significado a la vida.

La música también tiene un rol fundamental de vinculación en muchas relaciones adolescentes, sea con familiares, amantes o amigos.

En nuestro análisis de Desert Island Discs hallamos que una de las razones más frecuentes detrás de la selección de canciones de los invitados era que les recuerdan a una persona en particular, con frecuencia uno de sus padres o una de sus parejas.

Incluso se ha llegado a sugerir que podría existir un “choque de reminiscencia en cascada”.

La psicóloga musical Carol Krumhansl ha demostrado que los adolescentes tienen una mayor capacidad para reconocer las canciones que vienen de los periodos reminiscentes de sus padres y abuelos.

Así que quizá el amor de mi hijo por The Beatles refleja mi propia debilidad por ese grupo que, a su vez, procede de mis padres.

¿Qué pasa con la música clásica?

Hasta ahora gran parte de la investigación sobre el choque de reminiscencia se ha enfocado en la música pop, en parte porque es muy fácil de ubicar cronológicamente.

Sabemos relativamente poco acerca de en qué medida este fenómeno se produce también con la música clásica.

Muchos amantes de la música clásica han tenido una educación musical formal: ¿también sus preferencias son marcadas principalmente por su vinculación con los recuerdos que atesoran?, ¿o quizá ellos son más propensos a usar criterios objetivos acerca de la propia música?

Pero el inextricable vínculo entre las canciones, los sentimientos y la historia personal está a la vista en la colección de discos de cualquier persona.

Los científicos incluso han ubicado en área específica del cerebro -la corteza prefrontal media- que conecta los recuerdos y las emociones con temas musicales específicos.

Así, ya sea Beethoven, The Beatles o Beyoncé, hay algo seguro: la música nos da un camino de por vida a esos recuerdos de adolescencia tan importantes así como una conexión con las personas a las que amamos.