Manuel Belgrano y la Patagonia

Por 16 años, Manuel Belgrano fue funcionario colonial y impulsor de ampliar las barreras del conocimiento. En este caso, viajes científicos a la Patagonia y vías de comunicación interoceánicas

Por Pedro Navarro Floria, Historiador, miembro por Neuquén del Instituto Nacional Belgraniano

El título bien puede sorprender a muchos, dado que Manuel Belgrano nunca estuvo en la Patagonia. Sin embargo, recorriendo los senderos de la historia veremos realmente qué relación puede haber entre ambos términos.

Por de pronto, podemos afirmar que uno de los males que ha sufrido históricamente y sufre la Patagonia es el desconocimiento de su realidad por parte de quienes toman decisiones trascendentes sobre ella.

Pues bien: entre las dotes de buen estadista que adornaron a Manuel Belgrano se destacaba un pudor intelectual que lo impulsaba a conocer a fondo el país sobre el cual, desde su cargo de secretario del Real Consulado de Buenos Aires, debía asesorar, informar al rey y planificar políticas económicas.

Belgrano ocupó, mucho antes de ser improvisado general de la Revolución, el importante cargo de secretario perpetuo del Consulado de Comercio, creado para el Virreinato de Buenos Aires en 1794.

Permaneció en ese empleo desde su creación hasta la Revolución de 1810. Dieciséis años durante los cuales trabajó -no sin obstáculos- para hacer del Consulado un verdadero centro de planificación, discusión y difusión de ideas y de políticas en lo económico y lo social.

Vista satelital de la confluencia de los ríos Neuquèn y Limay que dan curso al río Negro

Un extraño viajero

Una mañana -seguramente fría- de junio de 1803, estando reunidos en la casa del Consulado los miembros de su Junta de Gobierno, se presentó un extraño viajero. Se identificó como José Santiago Cerro Zamudio, miliciano de la ciudad chilena de Talca. Dijo haber pasado la cordillera el verano anterior, de Talca a Mendoza, por un paso más al sur y más bajo que los conocidos por los españoles hasta entonces.

Y se ofreció a demostrar su utilidad.

El secretario Belgrano lo escuchaba atentamente, tomando nota de lo más interesante. Días después, le entregaba a Cerro Zamudio una cuidadosa instrucción para su viaje de vuelta. En ella le encomendaba el reconocimiento de la confluencia de los ríos Negro y Neuquén y la observación cuidadosa del camino, el suelo, los recursos naturales, los ríos, los pasos cordilleranos y todo aquello que se conceptuara útil a los fines del conocimiento y el aprovechamiento económico.

Un viaje científico por el Virreinato

A los pocos días salió el chileno tierra adentro, llevando en sus alforjas las instrucciones de Belgrano y cartas para el Consulado de Santiago de Chile, el Cabildo de Talca, cacique más inmediato a la frontera y el comandante de frontera.

Y mientras los señores del Consulado porteño miraban partir se preguntaban si sería cierto que podía ir a Talca en tan poco tiempo como decía o si era un fabulador más de los tantos que probaban fortuna en el mercado persa que era por entonces la capital del Virreinato.

Belgrano depositó en el miliciano Cerro Zamudio la esperanza de poder realizar, en parte al menos, un viejo proyecto: el de un viaje científico por el Virreinato.

Ya en Madrid, cuando supo de su nombramiento para el nuevo Consulado a fines de 1793, había escrito un “Plan para conocer la provincia”. Poco sabía sobre su propia tierra después de estudiar varios años en España, y su primer objetivo fue entonces el de recorrer personalmente el territorio sobre el cual tendría que discutir, informar, proponer y asesorar.

El proyecto se encuadra perfectamente en la idea de los viajes científico-políticos de la Ilustración, destinados a recopilar la información necesaria para reformular políticamente el imperio colonial. A modo de ejemplo, Belgrano propone priorizar la agricultura, “siendo notorio a todo el mundo que estos países sólo han sido mirados por nuestros comerciantes como capaces de dar oro y plata y no como una tierra apta para suministrar todas las materias primeras que en el día se conocen y por qué tanto se afanan los extranjeros…”.

Paso Pehuenche o del Maule

Antecedentes de la exploración de la Patagonia

Al llegar a Buenos Aires y conocer a los comerciantes que compartirían con él la responsabilidad de la Junta de Gobierno, su ilusión se vino abajo. Había que empezar por poner al tanto a esa gente, bastante ignorante para el poder que tenía por cierto, de las novedades en materia de economía política. El proyecto del viaje quedó para más adelante.

De vez en cuando resurgía la idea, como cuando en 1798 el diputado consular en Mendoza anotició al cuerpo de que los chilenos estudiaban un camino nuevo, ya reconocido por el marqués de Sobremonte.

Entonces, el síndico Vicente Murrieta, en una exposición digna de una cátedra, presentó mapas y antecedentes y propuso continuar la exploración del Río Negro iniciada desde Carmen de Patagones en 1782.

El consiliario José González de Bolaños fue materia dispuesta, mencionando la enorme extensión potencialmente ganadera existente al sur de Cuyo y la posibilidad de abrir el antiguo camino de carretas a Villarrica, precaviendo el robo de hacienda y proporcionando la reducción pacífica de los indígenas.

Murrieta, tomando por fuente al destacado funcionario porteño-chileno José Perfecto de Salas- y al jesuita Joaquín de Villarreal, hacía en su memorándum una colorida descripción que tanto puede ser del lago y el volcán Villarrica como del Huechulafquen y del emblemático Lanín: “Un lago cuyas aguas destila el encumbrado cerro del volcán, que constando su interior de muchos metales reconocidos por las aguas de varios colores que de él manan, es su exterior en la cumbre.

Luego, en el medio nieve y en la base un verde esmeralda tejido de infinitas yerbas medicinales; en su inmediación hace la cordillera una llanada por donde se traficaba en carretas desde Buenos Aires…”

La iniciativa no encontró eco en el virrey Avilés, más preocupado por la flota inglesa y por los insistentes rumores de conspiración que por entonces recorrían los salones y cafés porteños.

El acierto de Cerro Zamudio

La presencia de Cerro Zamudio en la sala del Consulado en 1803, movilizó en Belgrano todos esos antecedentes e inquietudes, y quedó a la espera de las novedades. A los pocos meses, efectivamente, se recibieron cartas de Cerro Zamudio desde Talca y Concepción.

El capitán general de Chile, Luis Muñoz de Guzmán, expidió entonces tres comisiones para que estudiaran cuál sería el mejor paso: Cerro Zamudio por el paso Pehuenche o del Maule; José Barros por el paso de Achihueno, y Justo Molina por el de Antuco (actual Pichachén, en el norte neuquino).

Tanto Cerro como Molina llegaron a Buenos Aires.

El 4 de octubre de 1804 los señores del Consulado abrieron las puertas de su sala al explorador Cerro Zamudio, esta vez acompañado por dos caciques pehuenches del Maule que atestiguaron con sus relatos y con regalos de frutos de la tierra la buena disposición de los dueños del país.

Esta emocionante reunión sirvió para entusiasmar a Sobremonte, ahora virrey, con la posibilidad de correr la frontera cuyana más al sur. Así fue como se fundó en su honor San Rafael, en 1805.

Pero Cerro no había sido capaz de completar las observaciones pedidas por Belgrano ni de dilucidar la cuestión de los pasos cordilleranos. Ambas necesidades serían satisfechas por un voluntario, Luis de la Cruz, alcalde de Concepción, que costeó de su propio bolsillo un viaje a caballo desde su ciudad a Buenos Aires, por el paso de Antuco o Pichachén, que desde entonces y por mucho tiempo se consideró el más apto para restablecer el vínculo interoceánico.

De la Cruz nos dejó, además de un “Diario” de su viaje, una detallada “Descripción de la naturaleza”, entre los Andes y el Chadileuvú y un tratado sobre los pehuenches.

Todos ellos son documentos invalorables, que aún hoy nos siguen sirviendo como fuente principal para el conocimiento de los pehuenches, de las relaciones fronterizas y de la geografía de la época.

Vista actual de la ciudad mendocina de San Rafael

La crisis colonial

Lamentablemente, este lúcido observador de la frontera llegó a Buenos Aires en plena invasión inglesa de 1806. Otra vez lo urgente se imponía a lo importante y no aparecían los recursos para sacar provecho de los conocimientos adquiridos. La crisis del sistema colonial se aceleraría a partir de entonces sin remedio y ya no dejaría tiempo a Belgrano ni a los que pasaban a mediano y largo plazo para realizar sus ideales.

Todavía hay otro documento que nos sería muy provechoso para conocer a fondo los proyectos de Belgrano sobre la exploración y las vías de comunicación de la región norpatagónica.

Seguramente entusiasmado por las cartas llegadas de Chile, al llegar el mes de junio de 1804 y la fecha de presentar la Memoria Anual al Consulado sobre algún tema de interés económico, Belgrano eligió hablar “de un viaje científico por las provincias del Virreinato y levantar sus planos topográficos”, según consta en las actas.

No sabemos más que esto, porque el texto de la Memoria está perdido. Pero el resultado fue un trámite seguido por su primo y suplente Juan José Castelli, que culminó en la ya mencionada fundación de San Rafael.

De toda esta información se desprende el interés de Manuel Belgrano como funcionario por conocer la realidad y los recursos del país que estaba bajo su jurisdicción. Un interés que no pudo ser satisfecho por los tiempos de crisis que le tocaron vivir pero que demuestra cabalmente su carácter de estadista responsable, consciente y laborioso en el ejercicio de la función pública.