Por Pacho O’Donnell
La importancia de French y Beruti en las jornadas de Mayo no fue la de repartidores de escarapelas azul y blancas, hecho que no existió como veremos más adelante, sino que a ellos se les debe, junto con las milicias, el aporte de sectores populares a un movimiento que de otra manera hubiera sido un golpe de Estado de un sector de los ciudadanos de alto nivel social y económico, sobre todo criollos, contra funcionarios y comerciantes monopolistas españoles de su misma clase.
French y Beruti, nos hemos acostumbrado a nombrarlos en ese orden, eran los cabecillas de un temible grupo de choque conocidos como los “infernales”, también “los chisperos”’ debido a que usaban armas de fuego a chispa.
Eran aguerridos orilleros de los suburbios y temibles marginales urbanos mezclados con algunos jóvenes de familias “decentes”, todos comprometidos con la causa patriota.
Estaban vinculados a los criollos que conspiraban en contra del virrey Cisneros en la jabonería de Hipólito Vieytes o en la casa de Nicolás Rodríguez Peña, entre los que se contaban Cornelio Saavedra, Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Juan José Paso, Feliciano Chiclana, Francisco Ocampo, y otros.
El fuerte de los “infernales” no era la dialéctica cultivada en la lectura de Voltaire o Rousseau sino su capacidad de crear un clima de agitación favorecedor del cambio, de recorrer las calles gritando en contra de Cisneros y reclamando Cabildo Abierto para designar nuevas autoridades, de asustar y llegado el caso agredir a los partidarios de la lealtad a los representantes de una metrópoli invadida y decadente.
Fue la amenazante presión de esa turba disciplinada, mucho más que la prédica elaborada de los intelectuales patriotas, la que finalmente logró que el síndico Leyva, el 20 de mayo, temiendo que la situación empeorase, saliera al balcón del Cabildo y anunciase que el Virrey “está inclinado a que el Cabildo Abierto se haga”.
La estrategia de los españolistas era convocar a un Congreso General con la participación de las provincias y así lograr que el prolongado tiempo que eso llevaría enfriase la elevada temperatura revolucionaria.
Pero sus deseos sufrieron un revés cuando el 22 de mayo se votó en el Cabildo Abierto y el resultado fue a favor de la deposición del Virrey.
Claro que la elección había sido condicionada por la decidida acción de los “infernales” quienes, con la discreta colaboración de los Patricios, se instalaron en los ingresos a la Plaza y decidían quienes ingresaban al Cabildo y quienes no.
Allí fue donde nació lo de las escarapelas ya que para distinguir a los revolucionarios de los españolistas los primeros portaban cintas blancas en sus sombreros o en sus solapas. Los de los colores celeste y blanco fue un año más tarde y a instancias de la Sociedad Patriótica.
Pero esa victoria no significó el fin del conflicto pues la astucia de los realistas logró que el 23 se anunciase la constitución de una Junta Provisoria presidida por Cisneros y constituida por dos de los suyos (Solá e Inchaurregui) y dos criollos (Saavedra y Castelli) lo que significaba que el poder continuaba en las mismas manos.
Los “decentes” insurrectos habían depuesto su intransigencia en la convicción de que no se podría avanzar más allá de lo logrado hasta entonces.
Fue entonces cuando se produce la participación popular, la irrupción popular en los sucesos de Mayo, tenazmente negada por historiadores renuentes a considerar los sucesos en función de las circunstancias sociales.
El acuerdo provocó gran indignación en los miembros de la “Legión infernal” cuyo número, según la Memorias de French y de Beruti, llegaba a seiscientos, un número posiblemente exagerado pero que revelaba una convocatoria importante para una población escasa, favorecida por la circunstancia de que French era “cartero único” en Buenos Aires y por lo tanto tenía conocimiento y acceso a los habitantes de la ciudad y de la campaña en sus propias viviendas. Apoyados por oficiales y soldados de las milicias, también integrados mayoritariamente por ciudadanos de humilde origen que se acuartelaron en el Fuerte decididos a intervenir cuando fuese necesario, los “chisperos” se lanzaron a la calle a exigir la renuncia de la Junta Provisoria.
Uno de los chisperos “decentes” fue un joven Tomás Guido, el futuro gran amigo de San Martín, quien en sus Memorias ensalzaría el papel de Beruti en las jornadas del 24, cuando renunciado ya Cisneros y teniendo por delante la tarea de conformar la Primera Junta revolucionaria, iban y venían listas y nombres en el campo patriota sin que se llegase a un acuerdo.
Las vacilaciones se extendían y el acuerdo se demoraba. Fue Beruti quien finalmente “cuando parecía agotada la esperanza de poderse concretar pidió se le pasase papel y tintero y, como inspirado de lo alto, trazó sin trepidar los nombres de los miembros que compusieron la primera Junta”.
Todavía el 25 fue necesario que French patease la puerta del Cabildo al grito de “ ¡el pueblo quiere saber de qué se trata!” porque los cabildantes eran tercamente renuentes a aceptar las renuncias de la Junta Provisoria y a designar a la primera Junta revolucionaria.
Fue necesario que Beruti seguido por un grupo de “chisperos” violentase la puerta, subiese las escaleras a la carrera e irrumpieran en el salón donde deliberaban los cabildantes. Según versión de Cosme Argerich, testigo presencial, el líder de la banda, arma en mano, les enrostró con talante de amenaza que el Cabildo ya no tenía facultad para sustituir a los integrantes elegidos por el pueblo y advirtió, con las armas en la mano, que “si en el acto no se acepta (la Junta) pueden ustedes atenerse a los resultados fatales que se van a producir, porque de aquí vamos a marchar todos a traer a la plaza las tropas que están reunidas, y que ya no podemos contener en el límite el respeto que hubiéramos querido guardarle al cabildo”.